Viernes Santo
Días como estos me ponen media melancólica. Los viernes santos siempre han tenido ese efecto en mí. No sé si es porque todos salen de Santiago y la ciudad queda desierta, o por el ambiente semiespiritual que se respira, o porque todas las radios se confabulan en poner música "reflexiva". Por lo de las radios no me quejo, durante todo el año espero este día para escuchar las baladas ochenteras que me gustan. Lo que no entiendo es por qué una de las canciones que más ponen en las radios este día es "The Unforgiven" de Metallica. Metallica es uno de los grupos más paganos que ha existido. Bueno, eso era antes. Ahora son unos viejitos mamones que todavía se esfuerzan en ser metaleros. Pero no sé como no entienden que no se puede ser metalero después de los 45 años. Cabecean un poco y les da el lumbago, y antes de que se puedan dar cuenta ya lo tienen todo tomado.
Como iba diciendo, este día me complica y me trae sentimientos encontrados. Por un lado me gusta el silencio de la ciudad y me gusta el ambiente de domingo que se forma en estos días. Mirar por la ventana y encontrar ese sol que no calienta nada típico de los otoños cuando están empezando. Me dan ganas de agarrar una bicicleta y andar por hojas secas escuchando musiquita, y pasear. Pasear como lo hacía antes, hace un par de años. Era panorama agarrar el discman y caminar hasta Irarrazabal por José Miguel Infante, y devolverme por Salvador, y ver puras viejas paseando sus perros, y viejitos en pantuflas regando el patio de adelante, y ver las panaderías con personas comprando la marraqueta para la once. De más está decir que después se van a sus casas a ver sábado gigante, y se comen la marraqueta con un té supremo bien cargado, y todo eso mezclado con el olor a parafina y a la naranja que se quema arriba de la estufa. Así me imaginaba a mi misma cuando era chica. En una casa vieja con cortinas de gasa, en esas calles donde sólo se ven puertas, y todas las casas están pegadas entre sí. Viendo un programa de la tarde de sábado o de domingo, comiendo pancito crujiente, iluminada solamente por la luz amarilla de una ampolleta. Todavía quiero eso. Y lo quiero luego.
Estos días tienen el poder de ponerme triste, aunque técnicamente no tengo ninguna razón para estarlo. Me imagino si lo tuviera... Ahora, sin darme cuenta miro hacia afuera, y me pongo media tristona. Pero después me doy cuenta de que estoy sonriendo. Por que tengo con quien pasar este día, y si quisiera, podría levantar el teléfono, y mi hombre vendría a rescatarme. Espero. Por lo menos me gusta creerlo así. Pero no. Yo sé que vendría. Por que me quiere, y porque es el único con quien me gustaría estar en mi casita con cortinas de gasa comiendo pan, viendo la lluvia afuera y viendo programas de concursos.
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